26.6.09

Objeciones a la teoría del valor-trabajo


Un par de posts más abajo divagábamos sobre el origen de la riqueza y caímos inadvertidamente en la teoria del valor-trabajo de Marx.

Si alguna conclusión podemos sacar creo que es esta: es indudable que la sociedad humana está construída sobre el trabajo humano, y que sin él la formidable transformación que supone la interacción del hombre con la naturaleza no sería posible: la interacción del hombre con la naturaleza es trabajo.

Recordemos, la teoría del valor-trabajo de Marx dice que:

Si se prescinde de la propiedades naturales –del valor de uso de las mercancías– sólo les queda una cualidad: la de ser productos del trabajo.

(...)

Resultantes de un gasto de fuerza humana en general, muestras del mismo trabajo indistinto, las mercancías revelan que en su producción se ha gastado una fuerza de trabajo. De otro modo: que en ellas se ha acumulado trabajo. Las mercancias son valores en tanto que son materialización de ese trabajo, sin analizar su forma. Lo que se observa de común en la relación de cambio o en el valor de cambio de las mercancias es su valor.


Este planteo recibió un montón de objeciones. Y es entendible ¿Es el trabajo la única medida de valor? ¿No es una proposición un poco rígida? ¿No hay excepciones?

En primer lugar me importa señalar que a un servidor la ortodoxia le importa nada, lo que me parece la premisa de todo pensamiento racional. Objetar no sólo es interesante sino que es indispensable ya que es la única forma de probar el valor de la regla. Presento entonces las objeciones más serias:

I – El tiempo de trabajo socialmente necesario.

Si el tiempo de trabajo es lo que hace valiosa a una mercancía, entonces ¿a más tiempo más valor? Esto sería bastante pavitonto, ya lo señaló Luk@s. Marx habla del trabajo socialmente necesario. Las personas y las empresas no trabajan todas de la misma manera, ni con la misma eficiencia. El tiempo de trabajo socialmente necesario es el promedio del tiempo que emplean los productores de la mercancía X en el mercado. Si alguien inventa un método para producir la mercancía X en menos tiempo (supongamos: dos unidades en el tiempo que se tardaba en fabricar una) entonces el promedio de ese tiempo (el tiempo de trabajo socialmente necesario) disminuye porque aumenta la productividad.

Aunque gracias a un aumento de la productividad se produzcan en el mismo tiempo dos vestidos en vez de uno, cada vestido seguirá teniendo la misma utilidad que antes de duplicarse la producción, pero con los dos vestidos se pueden vestir dos personas en vez de una; así pues hay un aumento de la riqueza material (el subrayado es mío). Sin embargo, el valor del conjunto de objetos útiles sigue siendo el mismo: dos vestidos hechos en el mismo tiempo que antes en hacer uno, no valen más de lo que precedentemente uno sólo

¡Y tiene razón! Precisamente por esto hay un aumento de la riqueza material. El valor de los artículos ha disminuído por unidad porque ha disminuído el trabajo necesario para hacerlos.

- Pero si los vendo al mismo precio que antes... ¿no gano más guita?

Sí, pero ojo, porque el precio no es el valor, sino otra cosa que ya vamos a ver más adelante...

II – Los Beatles

El amigo Dolmancé planteó una objeción interesante: la fortuna de un artista que gana guita con los derechos de autor ¿no es una anomalía de acuerdo a esta teoría? El tiempo de trabajo socialmente necesario que lleva hacer una canción ¿cuál es?

Una de las objeciones a la teoría del valor-trabajo es que calcular el famoso tiempo socialmente necesario para producir una mercancía “es imposible”. Si es posible o imposible calcularlo con precisión me parece irrelevante, basta probar que existe. Y en el caso de un producto artístico como una canción es perfectamente posible establacer comparaciones, aunque parezca algo mucho más etéreo e inasible que una silla.

En primer lugar hay que tener en cuenta que cuando compramos un CD no estamos comprando el producto del trabajo del artista. El artista suministra una materia prima –la canción– para elaborar un producto –el CD–. Los artistas actúan como proveedores de materia prima a las discográficas, materia prima con la cual se elabora un producto que consiste en la canción grabada en un soporte físico que se reproduce y distribuye en forma masiva. Todo este trabajo de grabación y distribución lleva... adivinen qué: trabajo.

La materia prima que suministra el artista es una materia prima bastante particular. Si hablamos de cemento, un proveedor de cemento debe crear esta materia prima cada vez que la constructora quiere hacer un nuevo edificio; pero una canción basta ejecutarla una vez para que su grabación y distribución se puedan hacer en forma indefinida gracias a la industria de la música, no es necesario que el artista la cante de nuevo. Como el artista sabe esto se asegura que al vender su materia prima a la discográfica quede establecido en el contrato que recibirá una parte de las ganancias resultantes de cada copia que se haga en lo sucesivo aunque él no mueva más un dedo. Pero estas ganancias provienen de un trabajo de grabación y distribución que debe hacerse para obtenerlas.

Sin embargo la producción de la canción exige un trabajo de parte del artista también. Y aquí lo que importa desde el punto de vista de la discográfica es que sea vendible, no importa la calidad artística (que además es un terreno bastante resbaladizo). Los artistas se presentan a las distribuidoras como mercaderes que ofrecen sus canciones como materia prima. Algunos artistas hacen muchas canciones muy vendibles en poco tiempo (o sea, son fabricantes de hits), otros sólo pegan un hit cada tanto, o acaso uno sólo en toda su carrera (¿alguien conoce alguna canción memorable de Mr Mister que no sea Broken Wings?). O sea que si el tiempo socialmente necesario para producir una canción vendible es acaso vertiginosamente difícil de calcular, es perfectamente concebible el hecho de que hay grupos más productivos en términos de canciones vendibles que otros, y que existe por lo tanto un promedio.

III – Lomo vs. bofe.

Esta es otra objeción que presentó Aníbal: cortar un kilo de lomo cuesta el mismo trabajo que cortar un kilo de bofe, sin embargo no tienen el mismo precio en el mercado ¿No contradice esto la ley del valor-trabajo?

En términos marxianos el lomo y el bofe tienen el mismo valor porque el trabajo socialmente necesario para producirlos es el mismo. Lo que no tienen es el mismo precio ¿Por qué? Karlitos también lo explica:

Supongamos que un saco de trigo se produce en un tiempo de trabajo valorado en cinco pesos. Por el momento dejemos de lado cómo se valoran las mercancías –entre ellas el trabajo– en dinero, y consideremos los términos “dinero” y “oro” como equivalentes. El subrayado es mío:

Aunque las condiciones de producción no varíen siendo necesario el mismo tiempo de trabajo, si se presentan circunstancias que permiten estimar el saco de trigo en siete pesos u obligan a bajarlo a dos pesos, en este caso siete pesos y dos pesos son expresiones que aumentan o disminuyen el valor del saco de trigo, y sin embargo son sus precios, porque expresan la relación de cambio del trigo y la moneda.

(...)

En el precio, es decir, en el nombre monetario de las mercancías, su equivalencia con el oro no es aún un hecho consumado (...) Para producir en la práctica el efecto de un valor de cambio, la mercancía debe dejar de ser oro simplemente imaginado y convertirse en oro real y tangible. Para darle un precio basta con declararla igual a una cantidad de oro puramente imaginaria; pero hay que sustituirla con oro efectivo para que preste a su poseedor el servicio de procurarle las cosas que necesita mediante el cambio.

La forma precio sólo revela que las mercancías son alienables y en qué condiciones su poseedor quiere enajenarlas. Los precios son como miradas amorosas que las merancías dirigen al dinero. Para que éste se deje atraer por las mercancias, es preciso que su valor útil esté reconocido.


Es decir que el precio es la condición que el vendedor establece para intercambiar la mercancía en el mercado, pero que esa condición sea aceptada dependerá de la voluntad del comprador. Ahora bien, en atención a su valor de uso, es decir: de la utilidad que la mercancía presta al ser humano, el poseedor de la misma puede fijar un precio superior al de otra mercancía cuyo valor –desde el punto de vista del trabajo necesario para producirla– es el mismo. Sin embargo esto no contradice la teoría del valor-trabajo. El precio puede variar por muchas razones, y no necesariamente estará en relación estricta con el valor-trabajo.

Sin embargo hay dos cosas evidentes: 1) sin el trabajo ni el bofe ni el lomo llegarían a convertirse en mercancías, y 2) si el precio de la mercancía está por debajo del trabajo necesario para producirla, entonces se produce una pérdida de valor.

En una economía ideal (es decir: dirigida a satisfacer las necesidades de todos los seres humanos por igual) el trabajo se dirigiría a producir sólo aquellas mercancias que la humanidad demandara en las proporciones de esa demanda. Ejemplo: si el 70% de la población prefiriera el lomo, entonces se cortaría más lomo, y menos bofe. O posiblemente no se cortaría más bofe porque a nadie le interesaría, o su valor de uso sería para alimentar animales, etc. En una sociedad ridículamente dividida en “clases” (como si hubiera “clases” de seres humanos) la explotación hace que mucha gente se resigne a comer peor con lo que el valor de uso de muchas mercancías está en realidad distorsionado.

IV – La calificación del trabajo

Otra objeción interesante es que el tiempo de trabajo de un albañil no vale lo mismo que el de un arquitecto, así que el tiempo de trabajo contenido en las mercancías que producen uno y otro podrá ser el mismo, pero no su valor.

Esto es verdad, pero parte de una visión un poco acotada, ya que supone al albañil y al arquitecto como salidos al mismo tiempo de un huevo. Lo cierto es que el trabajo humano tiene que ser visto desde una perspectiva total: el trabajo es en sí mismo una mercancía, una mercancía especial pero una mercancía al fin.

Capacitar a un albañil es relativamente sencillo. Los conocimientos que se necesitan para preparar una mezcla y colocar ladrillos son fáciles de transmitir (aunque ojo: levantar una pared decente tampoco es una pavada). Es decir que la formación de un albañil... demanda poco tiempo de trabajo. Aprender y enseñar a hacer un trabajo es también un trabajo... ¡El trabajo que forma la mercancía trabajo! Formar un arquitecto en cambio demanda mucho más. Develar las leyes físicas, determinar la durablidad y resistencia de los materiales, documentar ese conocimiento y enseñarlo de forma sistemática en universidades implican una acumulación de trabajo muy superior. El arquitecto al hacer su trabajo está poniendo en práctica un conocimiento cuya adquisición demandó... más trabajo. Por eso su trabajo-mercancía es más caro.

V – Objeciones bienvenidas

Como ya dije, todo este debate no implica una defensa de la pureza ideológica, ni una necesidad obsesiva de defender a Marx. Al contrario: las objeciones (las de buena fe al menos) ponen de relieve aspectos interesantes del trabajo y permiten abarcarlo en toda su dimensión, que a veces se nos escapa; entre otras cosas porque existe un interés muy fuerte en hacer al trabajo irrelevante, y si es posible invisible. El poder siempre se ha presentado ante nosotros como legitimado por las fuerzas del cielo que nos trascienden y ante las cuales nada podemos hacer, así que está muy interesado en hacernos olvidar que sin nuestro trabajo no existiría.

En tiempos durante los cuales parece que el dinero y el poder son el resultado de la magia de unos vivos, conviene recordar que todo lo que no se consigue con el propio trabajo es porque se arrebató al trabajo de otro; y que este mercadeo de humo, ingeniería financiera, pases de mano y transacciones especulativas no es más que una máscara para esconder lo que se arranca a millones de personas por la fuerza.

6.6.09

Melancolía tecnológica

En Euterpe escribí un post sobre unos estonios que hacen jazz. Y el amigo Peste dejó, refiriéndose al sitio web desde donde se ofrece la discografía, este comentario:

...vean que el sitio esta hosteado en la Politecnica de Tallinn, y da muestras de haber sido abandonado hace a#os. Donde el responsable se vaya, el material desaparece de un dia para otro...

Aunque vivimos la prehistoria de Internet el crecimiento vertiginoso que ha tenido hace que ya existan sus lugares abandonados, sus páginas que ya nadie visita, sus barriadas llenas de escombros. Ya podemos hacer arqueología, tropezar con lugares extraños y preguntarnos qué cultura extinguida y fugaz representaban... Me pregunto yo qué ocurrirá con un blog una vez que su autor no exista más, y me magino a un montón de gente dejando comentarios para alguien que ya no podrá leerlos, o conversando entre sí sin que el autor pueda ya intervenir, como si se hubieran metido en la casa abandonada del difunto y aprovecharan para charlar un rato, o hacer una fiesta.

Para estudiar hechos históricos solemos tropezar con el problema de la falta de datos: unas runas desdibujadas, una piedra trunca con dudosos caracteres cuneiformes. En el futuro ocurrirá lo contrario: el problema será no la falta de datos sino su infernal abundancia, la imposibilidad de ordenarlos y jerarquizarlos; si hoy ya no cuesta mucho encontrar sitios web de cuyos autores nos cuesta entender lo que quieren decir. Imaginemos a sufridos investigadores futuros intentando reconstruir este presente con las toneladas sin peso de lo virtual. Podemos proyectar ya la búqueda de lo vintage, de incunables, ¿de obras de arte? ¿Por qué no? ¿Por qué no podrían salir de Internet los clásicos de mañana? No lo impide nada.

Lo curioso es el hecho de que cuanto más veloz es el desarrollo de cualquier cosa, más rápido envejece, así que la melancolía aparece allí donde uno menos lo esperaría: recuerdo algo tan viejo como una TK85 cuyo tamaño era igual al de un notebook actual de 160 Gb de disco, pero que tenía una memoria de 16 K. Recuerdo entrañables softwares como el Beta Basic para la Spectrum, que ampliaba el poder del Basic hasta hacerlo una sofisticadísima herramienta con la que podía, por ejemplo, dibujar un círculo y llenarlo de color, fah! Y todo esto ha envejecido hasta la conmovedora ineptitud en muy pocos años, históricamente nada.

Estas reflexiones acaso no tienen más que el dudoso valor de la melancolía, pero me parece que no se habla mucho de una asociación algo curiosa como esta. Lo veloz no es más que una estela de múltiples lentitudes.