21.10.09

Y dale con el origen


Durante el debate anterior se tocó obviamente la existencia o inexistencia de ese ente tan famoso denominado “Dios”. Tengo ganas de divagar más sobre el tema. Estoy seguro de que el lector sacará mucho provecho de estas lecturas al momento de amenizar sobremesas o intentar algún ocasional levante. Pero como siempre: es mejor leer a los que saben de verdad.

I – Un asunto original

La vieja pregunta acerca del origen de la existencia sigue allí, y en ella se esconden todos los dioses que hemos creado. Pero antes de debatir sobre la respuesta me atrevo a declarar que esa pregunta tiene trampa, que plantea supuestos falsos.

a) La Palabra

El ser humano está acostumbrado a hacer cosas, y también a ver unas cosas desarrollarse a partir de otras. Un alfarero fabrica un jarrón a partir de arcilla, una semilla se transforma en planta, las nubes devienen tormenta, y así. Eso es lo que observamos. Y entonces decimos: el alfarero creó el jarrón, la semilla dio origen a la planta, las nubes a la lluvia.

Percibimos el universo y para transmitirlo de nuestro entendimiento al del prójimo utilizamos unos fonemas representativos llamados “palabras”. Esta práctica es útil, pero tiene trampas que a veces no vemos; por el constante uso que hacemos de ella llegamos a confundir la palabra con la cosa en sí: primer paso a creer en abstracciones como si fueran la realidad.

El misterio del universo se revela a nuestros ojos en todo su esplendor en cuanto nos damos cuenta de que las cosas en realidad no tienen nombre: el perro no se llama “perro” ni el abedul se llama “abedul”. Hemos dado esos nombres a esos entes por cuestiones prácticas pero en realidad no vinieron con ningún nombre. No lo tienen como tampoco nosotros tenemos un nombre aunque nos hayamos acostumbrado a definirnos según algunos casuales fonemas (“ser humano”, “argentino nativo”, “estudiante”, “Alejandro”, etc.)

De aquí esa interpretación para mí pervertida del diálogo socrático que menciona Platón. No son las ”ideas” lo que el hombre busca fuera de la caverna sino todo lo contrario: el encuentro con las cosas reales a plena luz del día es lo que revela la distancia entre ellas y las ideas que se había formado sobre las mismas debido a unas condiciones de percepción deficientes. Para obtener la verdad el hombre va en busca de un contacto más estrecho con la realidad. Sus ideas sobre las cosas están supeditadas a la praxis y cambian con ella. La conclusión lógica del diálogo socrático es que la praxis manda y las ideas reflejan, conocer y aprender no son otra cosa que eso.

b) La Cosa

El famoso “origen” es una abstracción típica: hacemos una separación entre cualquier cosa y su origen; y así llegamos a pensar que en la realidad están tajantemente separadas.

Pero en realidad no se trata de dos entes separados sino de las distintas etapas en un mismo proceso de desarrollo. El alfarero y su jarrón pertenecen al mismo mundo, se mueven dentro de las mismas leyes y ambos forman parte del mismo proceso creativo. Es verdad: podemos distinguir en ellos a dos entes distintos, pero si vamos a ser sinceros ¿en qué momento exacto ese montón informe de arcilla se transforma en un jarrón? No podemos decirlo con precisión porque ese momento no existe, es una mera convención. El jarrón no es más que arcilla modificada mediante un proceso gradual; el alfarero no “creó” realmente cosa alguna, no sacó algo de la nada; sólo modificó los elementos ya existentes en su entorno.

La ciencia corrobora el punto: nadie “crea” una cosa de la nada porque nada se pierde ni se crea sino que todo se transforma. Descubrimiento nada tonto: todo está en permanente transformación, no hay en la realidad “origen” ni “fin”. Inventamos esas palabrejas para distinguir etapas de un proceso que en realidad es un continuum.

Separamos la semilla de la planta sólo para facilitarnos la clasificación del universo, pero como bien decía Borges en El idioma analítico de John Wilkins: en realidad no sabemos qué cosa es el universo. El interesante ensayo muestra los límites de toda clasificación, es decir, de toda abstracción. El examen más atento de la realidad nos dice que en verdad semilla y planta son una misma cosa, que el alfarero tomó elementos de la tierra y les dio otra forma, pero él mismo también es resultado de un proceso de transformación previo. Y a todos los procesos de transformación sucesivos y simultáneos que ocurren desde que tenemos memoria los llamamos “existencia”.

Preguntamos a renglón seguido por el “origen de la existencia” sin darnos cuenta de que el primero es sólo parte de la segunda, y que si la “existencia” tiene un origen, sólo puede ser dentro de otra existencia a la que remitirse. La pregunta es fallida: la existencia no puede tener origen.

II - God strikes again o El elefante tras la rosa

Esta separación fallida entre “origen” y “creación” es la que nos lleva a los dioses, que lógicamente son antropomórficos. Pero en realidad esto no resuelve el problema: si estamos preguntando por el origen de la existencia, entonces estamos hablando de TODA existencia. La religión no es más que un malentendido respecto de la palabra “todo”. El “todo” al que se refiere la religión es un “todo” chiquito, parcial, del cual el dios de turno está excluido rigurosamente: él sí no tiene origen, no tiene fin y es el muro frente al cual se estrella el conocimiento humano, según se enorgullecen las religiones.

Este efecto grandilocuente se logra de manera sencilla: para que los dioses sean inasequibles al conocimiento humano se los coloca cada vez más allá de la realidad: “fuera”, en lo “externo” del cosmos, en lo inasible / inverificable / incognoscible. Los dioses son así iguales al famoso elefante escondido tras la rosa, que prueba no su mera inexistencia sino su habilidad para el escondite. Y cuando uno se encoge de hombros diciendo que tales “existencias” inasequibles a la experiencia son irrelevantes, entonces vuelve el sacerdote a la carga:

- Ah no, mire: dios es así y asá. Hizo esto y quiere aquello, mandó a su hijo, ascendió al cielo, predicó en la tierra, se transformó en llamas…
- Pero caramba, ¿cómo es que sabe Ud. todo eso?
- La fe.

Para poder revelar a los dioses primero es preciso esconderlos del conocimiento normal, si fueran asequibles al conocimiento normal el sacerdote no contaría con ninguna “revelación” para hacer. Hay que poner al dios fuera del alcance de todo conocimiento humano justamente para poder afirmar de él lo que a uno se le cante sin tener que verificar nada. Del dios vendrán luego la legislación y el poder político, bien terrenales ambos. La historia humana está repleta hasta la náusea de leyes, reglas, edictos, mandamientos y poderes caídos del cielo.

Normalmente para justificar a los dioses se recurre a este ejemplo del origen y lo creado, que como vimos es arbitrariedad pura. Y esta es toda la prueba irrefutable que se consigue: como nada surge de la nada, entonces la existencia tampoco puede surgir de la nada ¿nocierto? Inmediatamente se fabrica el famoso origen y se lo llama “Dios”. Pero ¡ay! Resulta que si existe también tiene que tener un origen… Solución inmediata: lo declaramos eterno y decimos que a partir de ahí, pelito para la vieja, no podés indagar más, se acabó: no tiene origen, no tiene fin ¿Su propósito e intenciones? Ya mismo te explico, resulta que…

Cuando uno manifiesta dudas acerca del relato, inmediatamente se vuelve atrás: ¡Pero nada puede surgir de la nada, así que ALGO hay! Ese “algo” se vuelve a revestir con el invisible color de lo ignoto y se le vuelven a otorgar los atributos de lo desconocido para que sea admisible, puesto que todos los seres humanos con una mínima honestidad admitiremos que hay cosas que no sabemos:

- De acuerdo: no sé cuál era exactamente la situación antes del Big Bang
- ¿Lo ve? ¿Lo ve? ¡Ud. admite la existencia de Dios!

No, chantujes: Ud. está llamando “dios” simplemente a lo desconocido. Coloca a su dios bien lejos, fuera del cosmos y luego dice tan pancho que yo no lo puedo negar.

Lo gracioso es que la ciencia avanzó tanto que ya ni la estratósfera ni el espacio son escondites seguros, así que para colocar al dios fuera del conocimiento hay que mandarlo al –perdónenme el galleguismo gruesón– quinto coño de la inasibilidad. Para no ser negado adelgaza tanto que está un paso de negarse solo.

III – ¿Sed de absoluto? Aquí hay uno

Dejando de lado estas maniobritas, me parece que se puede intentar un planteo de esos de cafecito.

La expresión “origen de la existencia” presupone un estado antes del cual no había existencia. Esto es contradictorio con la palabra “origen”: no puede haber ningún origen en la “no existencia”, un origen ya presupone existencia.

- ¡Pero la existencia también presupone un origen, Jack!

Alguno podrá pensar que hemos caído en una trampa tonta, una inútil persecución del huevo y la gallina. A mí en cambio me parece que aquí está precisamente la respuesta.

Si descubrimos que nada se pierde ni se crea, y que en realidad no hay “origen” ni “creación” sino etapas de un proceso de transformación sin principio ni fin… ¿entonces por qué no suponer la eternidad de la materia y la energía?

En la realidad que conocemos nada se crea ni se pierde… Veo ahí un atributo de eternidad que ni pintado queda mejor, mire. No se puede, ninguno de nosotros puede “crear” cosa alguna (hacerla surgir de la nada) ni podemos realmente destruir nada (hacerla desaparecer, borrarla del universo). Ni la creación ni la destrucción son realmente posibles, sólo la transformación ocurre. Todas las “creaciones” (y también las “destrucciones”) que conocemos son en realidad transformaciones que se suceden en un continuum.

Nuestra manía de abstraer declara que el jarrón “no existía” antes de que el alfarero lo "creara", pero sólo se trata de una insuficiencia de nuestro lenguaje: en realidad el “jarrón” ya existía con otro nombre igual de arbitrario: “arcilla”.

Si la realidad está tan a la vista ¿por qué no aceptarla?

Al que me diga que esto es poco razonable, le responderé: menos razonable me parece sostener que –contra toda evidencia y aún contra toda lógica– la existencia tuvo un origen en un ente fuera de la existencia (¿?) que es a su vez eterno y sobre el que nada se puede saber, a excepción de lo que dicen unos señores vestidos con túnicas.

La eternidad de la materia/energía no es menos inconcebible para nuestra mente que la eternidad de cualquier dios, y de hecho es mucho menos arbitraria: puedo constatar que es tan imposible destruirla como crearla: si la eternidad no es eso que me expliquen qué es. Y si al final vamos a caer en la eternidad ¿por qué no reconocerla en aquello que a todas luces y frente a nuestros ojos es eterno?

- Está bien Jack, Ud. Habla de “la realidad que conocemos”, pero puede haber otras…
- Claro, pero de lo que no conocemos nadie puede hablar con autoridad, precisamente porque no lo conocemos ¿vio?

Si alguien anda con ganas de pavear, puedo remitirlo a este otro post mío en el que desarrollo el tema con la habitual mezcla de audacia, disparos en la noche y confusión general.

Pero estos divagues necesitan obviamente del aporte por parte de gente que realmente sepa algo del asunto, así que espero me iluminen.

Buenas tardes.

4.10.09

Trampas y origen de la creencia

Hace unos años hablaba con un judío ortodoxo de… ¿de qué iba a ser?, de religión, claro. No me explico muy bien por qué intentaba detallarme los pormenores de sus creencias ya que tengo muy poca madera de creyente. Le respondía con mis razones, que no son demasiado sofisticadas: no puedo creer en un dios bueno y al mismo tiempo todopoderoso. Basta echar una ojeada al mundo para darse cuenta de que si existe un creador es una cosa o la otra, pero no ambas; me parece que con eso basta para cuestionarlo.

A esto el ortodoxo me respondía que

- Es como si entraras a un cine con la película ya empezada, y te fueras antes de que la película termine. No tenés suficientes elementos de juicio.

La frase me iluminó, pero no en el sentido que él esperaba. Comprendí súbitamente las trampas que nos tiende la creencia.

La razón se parece a un asistente discreto que nos ayuda silenciosamente en todas y cada una de las cosas que hacemos: impide que nos estafen, nos pone en guardia contra la mentira, y nos permite constatar que la Carrió carece de toda coherencia. Aplicada sistemáticamente la razón se transforma en ciencia y permite acabar con la viruela y la poliomielitis.

Pero no somos muy agradecidos con la razón, más bien tendemos a restarle méritos. Una de las causas puede ser el hecho de que vivimos en un mundo competitivo, y no es raro que a nuestro alrededor nos inviten permanentemente a prescindir de nuestra razón. Cualquier curandero, vendedor de baratijas o insolvente consuetudinario que intente aprovecharse de nosotros lo primero que intentará es hacernos renunciar a nuestro juicio crítico, desarmándonos.

Los brujos y los sacerdotes cuentan con nuestro desaliento. Porque la razón es una herramienta, cuanto más la frecuentemos mejores resultados nos ofrecerá; ergo tenemos que poner algo de nosotros: el caletre debe abocarse, la mollera debe pensar. Es un esfuerzo sin duda, pero como ocurre con el ejercicio físico cuesta menos cuanto más se practica, y viceversa. Hoy sabemos más que ayer, ahí está nuestra herencia cultural y sus logros que prueban lo irrefutable: la supervivencia del mono desnudo es obra de su inteligencia.

Pero no nos basta. Queremos soluciones rápidas, inmediatas, cómodas. Y cuanto menos pensamos, cuanto más nos echamos en brazos de la creencia fantástica a la hora de resolver nuestros problemas, menos capaces somos de pensar por nosotros mismos, el juicio crítico se oxida, perdemos el hábito de juzgar según nuestra experiencia… nos comemos cualquiera, bah. Por eso los traficantes de ultramundos nos ofrecen soluciones que no piden de nosotros más que la pura y fervorosa creencia. No pienses hijo mío, la existencia tiene misterios pero yo los conozco porque tengo línea directa con lo Trascendente.

No hay más que salir a la calle para percibir esta sutil subversión de los valores: toda creencia es alabada como enorme virtud, y todo uso del pensamiento racional es defenestrado. En cualquier película de difusión más o menos popular ocurren hechos sobrenaturales que confirman la fe y desmienten a la razón. En el cine barato el sacerdote siempre derrota al científico porque "hay cosas que nuestra razón no alcanza a entender". Se fomenta la creencia de que cerrar los ojos y pegar alaridos es más efectivo para resolver cualquier problema que meditar cuidadosamente en términos reales.

A fuerza de esto la estupidez -me parece- se ha vuelto seductora.

Los antiguos hindúes vivían en una sociedad brutalmente dividida en castas. La movilidad social no existía y los parias -desgraciados entre los desgraciados- eran y aun hoy son oprimidos hasta que sus huesos crujen. La pregunta acude de inmediato: ¿qué mal ha hecho un niño para merecer ese destino adamantino? La respuesta de los opresores es simple: esta no es más que una existencia en un ciclo de muchas; cualquier mal que te alcance tiene su origen en pecados cometidos durante existencias anteriores. Similarmente: todos los privilegios de los que disfruto aquí y ahora me corresponden en recta justicia gracias a que he sido abnegado, sufrido, generoso y justo… en incontables vidas pasadas.

¿No es un caradurismo maravilloso? ¿Y no tiene una graciosa similitud con el ejemplo de la película en el cine? Todas las vidas pasadas y futuras que inventa el opresor demuestran una sola cosa: lo mucho que le importa esta existencia.

Cuando no se puede probar lo que se dice en este mundo, se recurre a otros mundos. El centro de gravedad de la existencia pasa así a estar fuera de la existencia, en el "más allá". Si algo es injusto o inexplicable en términos que podamos entender, entonces hay que justificarlo como una voluntad extraterrena, algo que tiene su explicación en “vidas pasadas” o la tendrá cuando ya estemos muertos. El sacerdote pide un crédito pagadero post mortem, que como todos sabemos es el mejor momento para rendir cuentas.

Se me dirá que la razón no ha resuelto un montón de cosas, que tenemos todavía muchas dudas. Y es cierto. Pero la razón ha desenmascarado ya demasiadas mentiras: una simple vacuna demuestra que la enfermedad y la muerte prematura están lejos de ser voluntad de ningún dios. Las invectivas contra el humanismo prometeico y satánico son los rancios chillidos del sacerdote; quiere seguir haciéndonos creer que él sí sabe y que nosotros no sabemos ni podremos saber nunca si no es por su intermediación munificente y salvífica.

Hija secreta de nuestra desidia, la creencia se alimenta de la impotencia. Los fantasmas se desvanecen allí donde vemos claro, pero prosperan a la sombra de la ignorancia. Atónito he escuchado a algunos creyentes burlarse de las insuficiencias de la razón con una risa crispada y revanchista, como si las derrotas de la razón no fueran también sus derrotas. No puedo evitar asociar a esos infelices con los drogadictos que te llaman “careta” sólo porque uno no comparte sus miserias; lo del opio de los pueblos no deja de ser una definición sorprendentemente certera.

Una demostración vale más que el reino de los persas, decía Demócrito; y yo diría que vale mucho más que cualquier reino. Se me dirá que soy enemigo de la fantasía, y responderé que nada me parece más fantástico que la realidad. Que el mundo ofrece toda clase de maravillas (y espantos) perfectamente reales, y que el deseo de "otra" existencia es más bien una muestra de impotencia para transformar ésta, aquí y ahora.

No sé qué cosa serán los diversos Paraísos, pero digamos que mis aspiraciones son mucho más modestas. Montones de cosas me reconcilian con la existencia y me permiten intuir lo que este mundo podría ser si fuéramos un poquito menos tontos.

Les presento una de esas cosas, Jun Togawa ejerce la belleza: